FUNDACIÓN MARCET
No es buena política contemplar la vida en condicional, como lo que habría podido ser si fuéramos de otra manera o tuviéramos otros dotes o hubiéramos actuado de otra forma.
Un chico o una chica un poco feos o no muy listos , difícilmente llegarán a ser guapos o inteligentes, pero pueden ser simpáticos, agradables, buenos profesionales y hombres y mujeres excelentes.
Lo mismo ocurre en el fútbol, puede ser que nuestro hijo no tenga unos grandes dotes para llegar a ser profesional pero puede ser una extraordinaria persona y con una familia encantadora y con una buena profesión.
Siempre que puedo, en las reuniones que organizamos con los padres al final de los cursos intensivos, intento decirles a los padres con palabras muy claras, que ninguno de sus hijos va a llegar a ser futbolista profesional. Que el que así lo piense, está muy equivocado y que este no es el enfoque que hemos de darle al deporte de su hijo.
Normalmente este mensaje tan claro cala mucho en los asistentes que, por lo menos les hace pensar en su actitud frente al deporte.
Alguno puede pensar que estamos echando piedras sobre nuestro propio tejado porque en principio, la Fundación Marcet debería tener como objetivo sacar grandes jugadores que mas adelante fueran profesionales del fútbol y ahora nos dicen que no va a ser así.
Los adultos no podemos vivir engañados pensando que nuestro hijo va a ser distinto a los demás hijos que pasan por aquí. Con los dedos de las manos se pueden contar los jugadores que han llegado a ser profesionales en la primera división española que han pasado por la Fundación Marcet y, muchos de ellos, lo han dejado cuando estaban ya en lo más alto por diversos motivos. Uno de cada 10.000 niños llega a jugar profesional. ¿Será ese tu hijo? No lo creo y estás equivocado si crees que en tu caso será distinto.
Sin embargo, cuando me reúno con los alumnos del plan Marcet nunca les digo esto. Pienso que es un sueño normal que todos hemos tenido en su momento. ¿Quién no ha soñado en ser piloto, bombero, futbolista…? Los niños tienen derecho a soñar porque es una ilusión que les llena por el momento.
Entonces ¿hemos de dejarles que vivan engañados? No es un engaño, es una ilusión, una meta que para ellos es actualmente alcanzable. Esos objetivos a largo plazo ayudan al niño a esforzarse por conseguir metas y hemos de aprovecharlo para inculcarle esos hábitos que le ayudarán a intentarlo a la vez que adquieren esos valores para toda la vida.
Conforme se hacen mayores, ellos mismos se van dando cuenta de que a lo mejor ya no llegan a ser jugadores profesionales en primera pero puede ser que lleguen a segunda, y con un poco más de tiempo, se van resituando ellos mismos y posiblemente, se den cuenta que el fútbol les ha servido para disfrutar de este deporte y para ser mejor persona ya que año tras año han tenido que esforzarse para conseguir los objetivos que el entrenador les ha ido marcando, han hecho amistad con mucha gente, han conocido otras culturas y otros lugares que quizá no hubiera tenido la ocasión de realizarlo. Y, como no, ha tenido que superar muchas dificultades, muchos disgustos, muchas situaciones que le han servido luego en la vida para aplicarlo en el día a día con su familia o en su empresa.
Por lo tanto, la Fundación Marcet ofrece a cualquier niño que lo desea, la posibiidad de aprender a jugar al fútbol aunque uno no tenga esas grandes cualidades que le lleven a ser una estrella del fútbol.
Queda claro que no hemos de plantearnos ese objetivo como padres y, sin embargo, hay que desarrollar otros objetivos complementarios que son más reales e importantes: ser un buen estudiante, ser una gran persona, tener muchos amigos, crear un ambiente adecuado para el desarrollo personal, etc.
De nuevo he de decir que uno de los grandes problemas que tenemos son los medios de comunicación. Este año, gracias al departamento de prensa, hemos tenido que cubrir muchas entrevistas de la radio y de la televisión de todo el mundo y la pregunta siempre es la misma.
Cuando la Televisión Española quiso cubrir el evento del Campeonato del mundo de Escuelas de Fútbol, las únicas preguntas que se les ocurría formular eran: cuántos equipos participaban y cómo iban los resultados, quién ganaba y quién perdía. Intentábamos dejar claro que lo más importante no eran los resultados de la competición sino lo que se estaba consiguiendo a través de esa competición.
Como si hablara chino. No entendían. Les explicaba que todos los equipos que acuden a esta competición deben aceptar participar también en el curso de tecnificación que se desarrolla en esos mismos días que dura toda la mañana donde los jugadores de todos los países del mundo se mezclaban entre ellos en una convivencia intercultural impresionante y que solo aceptamos equipos que tengan claro que esta es una competición formativa donde los valores del juego limpio, del respeto y el compañerismo están por encima de los resultados.
Las páginas web de todas las escuelas de fútbol, mal llamadas así, son simples tablas clasificatorias de los equipos de diferentes categorías y proclamas de los padres y entrenadores a conseguir ganar el domingo a tal o cual equipo. ¿Es eso lo que las escuelas de fútbol deben buscar? ¿Es este el objetivo de los padres?
Como se puede ver, esto es lo que hay, pero señores, lo vamos a cambiar porque en todas partes encontramos muchos padres con una idea muy clara de lo que quieren con sus hijos que no es más ni menos que divertirse practicando este deporte porque saben que a sus hijos les encanta.
Aunque los otros hacen mucho ruido, somos muchos más los que pensamos así.
Hoy mismo ha caído a mis mando un documento que me ha animado a incluirlo dentro de este artículo. Lo escribe Josep Marí, psicólogo del Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat. No tiene desperdicio:
A petición del Seleccionador Nacional, el Sr. Steen Kyst Hansen, me atrevo a hacer reflexionar a los padres de nuestros jóvenes jugadores de tenis de mesa sobre su comportamiento en los pabellones, allí donde compiten sus hijos.
Nosotros partimos de la base que, en las mesas, en los pabellones y en los gimnasios no sólo se forman jugadores de élite profesionales del tenis de mesa. De estos, de entre todos los que están ahora jugando, saldrán muy pocos. Nosotros entendemos que en las mesas y en los polideportivos también se forman personas. Si queréis, personas que están motivadas para aprender a rendir al máximo de sus posibilidades; hecho éste que les valdrá para siempre.
A veces, viendo el comportamiento de algunos padres, tememos ser los únicos que entendemos este deporte como una herramienta idónea para hacer personas. A veces, el tenis de mesa, parece la excusa perfecta para proyectar unas irrealistas ilusiones. A veces, se convierte en el hobbie familiar que llena el tiempo libre del fin de semana. En resumen, a menudo, en este deporte como en tantos otros, se hace un mal uso de sus posibilidades formativas.
Sin embargo, es necesario reconducir la línea que está tomando el artículo. Si sigo así, conseguiré que abandonen la lectura; con lo cual habré desaprovechado una oportunidad de comunicarme con todos ustedes. Así que se me ocurre plantear la cuestión de manera más chistosa.
Si os parece, iremos clasificando los diferentes tipos de padres que habitan los pabellones donde tienen lugar los partidos que disputan sus hijos. Aprovecharé la oportunidad para aconsejar unas pautas de actuación a medida de cada tipo de padres. Todo, desde el respeto absoluto a la figura de los padres, pero con el tono cordial que exige la situación.
Los padres desinteresados
Probablemente ninguno de estos padres esté leyendo el presente artículo o acompañe a su hijo a la competición. Justamente es esta falta de implicación en la programación deportiva de su hijo la que le define. Su comportamiento nunca restará en la educación integral de su hijo, el problema es que tampoco sumará (ya hemos dicho que necesitamos la colaboración de los padres para hacer personas de los jugadores).
Quizás no estéis participando, sencillamente porque no sabéis cómo hacerlo. Nadie os lo ha explicado, nunca lo habéis pedido, tampoco se os ha ocurrido.
El caso es que no sabéis por donde empezar. Si es así, preguntad al monitor o entrenador de vuestro hijo cómo poner la primera piedra. Seguro que os ofrecerá más de una opción que os convencerá y no os robará más tiempo del que justamente disponéis.
De todas maneras, nunca prometáis más dedicación al programa deportivo de vuestro hijo del que podáis ofrecer. No cumplir con las expectativas de vuestro hijo, le restará ilusión para continuar con el programa.
Padres entrenadores sin titulación
Se colocan estratégicamente, bien cerca del banquillo o en el horizonte de la mirada del hijo mientras juega, disponen de unas enormes cuerdas vocales y de un sofisticado código de signos para indicar la táctica a seguir en cada momento del partido. Se enfada cuando el hijo no hace caso de sus indicaciones (para hacer caso a las del entrenador) o cuando interpreta que el hijo no cumple las instrucciones al pie de la letra (no podemos olvidar que el trabajo del rival es precisamente que no las pueda cumplir). Critica abiertamente a los árbitros, discute con el entrenador rival (a veces incluso con el de su hijo) y se enfada con los directivos que no están de acuerdo con el hecho de que su hijo es el mejor. Cuando el niño llega a casa, empieza la arenga del padre. ¡¡¡Y qué arenga…!!!
Que quede claro que no me estoy refiriendo a aquellos padres que, después de formarse adecuadamente y de acumular la experiencia necesaria, ejercen dignamente de entrenadores; también de su propio hijo, y le hacen banda de forma oficial. Aunque son evidentes las dificultades de compaginar ambos roles, con una fuerte dosis de claridad y de aceptación por las dos partes, es posible formar un buen “tandem”.
Los padres entrenadores sin titulación deberían tomar conciencia de tres consecuencias que su conducta tiene en su hijo. Primero le desconcentran, al tener que estar más pendiente de las instrucciones del padre que del mismo juego. Segundo, le ponen nervioso. El hijo se siente observado continuamente. Sabe que si no juega como al padre le gusta que juegue, o que si no gana, después vendrá la bronca. Y, para acabar, le confunde. Le confunde porque es prácticamente imposible, por razones evidentes, que sus instrucciones no contradigan las del entrenador o las que el jugador cree que ha de plantear.
Si realmente cree que el entrenador se equivoca en la manera que quiere hacer jugar a su hijo, es mejor que se lo comente. Pero sólo al entrenador, en frío, tranquilamente y desde el respeto a su trabajo. De esta manera, a partir de ahora, a su hijo sólo le llegará una flecha; la del entrenador. Que al niño le llegue una sola flecha, no sólo es bueno en este tipo de padres; es bueno sea cual sea el tipo de padre. Si no entiende de tenis de mesa, según cómo, mejor. Confíe al técnico este ámbito de la formación de su hijo y refuerce su actuación cada vez que pueda.
Además, desconcentrándolo, poniéndole nervioso y confundiéndole, lo único que conseguirá es impedir que su hijo rinda al nivel de sus posibilidades. Lo que después puede perfectamente pasar es que su hijo no se divierta, no le salga a cuenta competir. Si esto pasa, estamos a un paso del abandono; con lo cual habremos perdido las oportunidades que ofrece la escuela del deporte. En cambio, si a partir de ahora, se toma las cosas no tan seriamente, usted mismo será el primero en notar el cambio. Si cada vez que su hijo falla una pelota tonta, en lugar de criticarle, le anima, quizás dejará de cometer tantos errores. Si le refuerza el esfuerzo en lugar del resultado de este esfuerzo, quizás su propio hijo empezará a quitarle importancia al hecho de ganar o perder.
Padres asistencia técnica en carretera
La madre acostumbra a ocuparse de reponer las camisetas y de suministrar los bocadillos en el momento preciso. La hermana pequeña es la encargada de llenar de agua la botella cada vez que está vacía. El hermano mayor, si es espabilado, se encarga de la filmación; no vaya a ser que gane al campeón de la pasada edición del campeonato y no quede constancia de ello. El padre, aparte de conducir el coche, hace de psicólogo al escoger las palabras justas antes de que abandone las gradas el protagonista.
En otras palabras, él sólo ha de ocuparse de jugar, perdón de ganar. Si después de todo este esfuerzo colectivo no gana, nadie le dirá nada, nadie le pondrá mala cara; pero él sabrá perfectamente que ha decepcionado a su equipo. Lo sabrá porque el otro día, cuando ganó, aunque sin mucho esfuerzo, le recibieron con honores de capitán general.
Todo este montaje, aparte de mostrar una peculiar forma de resolver el tiempo libre de los fines de semana, resta la magnífica oportunidad al jugador de buscarse la vida, de espabilarse él solo. Hecho absolutamente imprescindible para formarse personalmente y para llegar a la élite deportiva. Si de verdad lo hace bien y algún día le llevan a competir al extranjero, entonces ¿quién le dará todo este apoyo? ¡Aquí te quiero ver!: Para hacerle un favor a corto plazo, le hacen una mala jugada a largo plazo.
Padres bien orientados psicológicamente
En honor a la verdad, no quiero acabar este recorrido por la geografía de nuestros pabellones sin hacer referencia a una especie que, por suerte, se está reproduciendo en progresión geométrica; los padres bien orientados psicológicamente. Se les podría describir brevemente diciendo que, básicamente, de lo único que hacen es de padres.
Cuando nos veamos por alguno de los muchos pabellones de la geografía catalana estaré encantado de recibir cualquier crítica o sugerencia que mejore la calidad del artículo. Quizás me he dejado algún tipo de padres, o quizás he exagerado demasiado la importancia de algún aspecto. Esto me lo tenéis que decir vosotros, los padres de los jóvenes competidores.
Ceden su hijo al entrenador y entienden que parte de la admiración que hasta ahora su hijo les destinaba, a partir de ahora se habrá de repartir con el técnico. No se muestran competitivos con sus hijos y no relativizan las victorias de sus hijos con sus batallitas de juventud. Cuando los hijos se sienten frustrados porque las cosas no han salido como se esperaban, son los primeros en ayudarle a hacerle ver el lado positivo de la situación. Estos padres, también se caracterizan por mostrar autocontrol delante de sus hijos; únicamente así, predicando primero con su ejemplo, pueden después exigir a sus hijos una conducta deportiva. Refuerzan el esfuerzo, la progresión y la diversión. Cuando no han visto el partido, lo primero que preguntan es ¿te lo has pasado bien?, ¿ya te sale mejor el revés?, ¿has hecho amigos?; en lugar de ¿has ganado?, o peor aún, ¿por cuánto has perdido hoy?
Espero haberos hecho reflexionar. Tomar conciencia es el primer paso para cambiar un comportamiento. Y ahora, permitidme que versione el tópico, cualquier parecido con la realidad no es coincidencia; es producto de la observación detallada de vuestro comportamiento.
A menudo queremos que nuestros hijos ganen, se diviertan, aprendan, se relacionen, se lo pasen bien, sean los mejores, conozcan mundo, etc., etc., etc. Todo no es posible; si más no, no es posible todo a la vez. Primero hemos de saber que queremos; mejor dicho aún, qué quiere nuestro hijo. Después valorar su participación deportiva en función del objetivo que él perseguía. Sólo así solamente haremos de padres.
BY RAMÓN BONEL
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2020